Andrés Panasiuk

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Antes de ayudar a un individuo o familia necesitada, nos deberíamos preguntar: ¿por qué esta persona o grupo llegó a esta situación?, ¿hay algún principio eterno que se ha estado violando?, ¿qué valores tiene ese individuo o familia?

Estas preguntas son importantes, pues “la forma en que manejamos nuestro dinero es una expresión externa de una condición espiritual interna”. También podemos preguntarnos si esta familia o persona está dispuesta a corregir errores o solo quiere el dinero. ¿Vive con un plan económico ordenado? Si la respuesta es no, ¿estaría dispuesta a establecer y vivir dentro de un presupuesto? En torno a la reflexión de estas preguntas debemos decidir si ayudar a esa persona en dificultad. Sea esta un desconocido, un amigo o un familiar.

En adición a esto, recomendamos que nunca le prestes a nadie ni le ayudes con dinero a menos que se lo pueda regalar. Esto no quiere decir que se lo tengas que regalar. Quiere decir que, si no se lo puedes regalar, no se lo deberías prestar. 

Una universidad sudamericana se encuentra actualmente en un aprieto económico justamente por esa razón. Un líder comunitario quería organizar un evento musical hace algún tiempo y fue a pedirle a la universidad que le prestara el dinero. El presidente universitario, amigo del que vino a pedir prestado, se opuso al préstamo porque a pesar de tener una gran cantidad de dinero en el banco, ese dinero era para pagar bonos a los trabajadores y profesores universitarios.

Sin embargo, el líder comunitario tenía suficientes amigos en la Junta Directiva de la universidad como para ir por encima de la decisión del presidente. Para hacer la historia corta, diremos que los miles y miles de dólares se le prestaron y que el evento musical que debía atraer a decenas de miles de personas solo tuvo una concurrencia de pocos cientos. Ahora, frente al fracaso total, ese líder está enviando a algunos de sus amigos a hablar con el presidente de la universidad para que le perdone la deuda contraída.

¡Cuántas historias de terror como esa se escuchan a lo largo de nuestro continente! El asunto funciona más o menos así: el amigo o familiar de alguien le pide dinero prestado y la víctima presta el dinero que, en realidad, necesita para otra cosa. Pero como se le promete que se le va a devolver para una determinada fecha, lo presta de todas maneras. Finalmente, el pago no llega y la miseria se multiplica.

Una pareja financieramente próspera una vez aconsejó: “cuando un amigo o familiar nos pide dinero prestado, mi esposo y yo (¡tiene que ser una decisión de los dos!) vemos qué pasaría si le tuviéramos que regalar ese dinero. Si no nos afecta el presupuesto, ni los compromisos futuros, entonces se lo prestamos. Si nuestro amigo o familiar no nos puede pagar por alguna razón valedera, le decimos: ‘No te preocupes, tómalo como un regalo de nuestra familia para la tuya’. Perdemos dinero, pero salvamos una amistad”.

Se cuenta que una vez un mendigo estaba pidiendo dinero al costado del camino cuando pasó a su lado Alejandro el Grande. Lo miró y, como un gesto bondadoso, le dio unas cuantas monedas de oro. Uno de los sirvientes del gran conquistador, sorprendido por su generosidad, le dijo: “mi señor, algunas monedas de cobre podrían haber satisfecho adecuadamente la necesidad de este mendigo. ¿Por qué darle oro?” El conquistador miró a su paje y le contestó con sabiduría: “Algunas monedas de cobre podrían haber satisfecho la necesidad del mendigo, ¡pero las monedas de oro satisfacen la generosidad de Alejandro!”

Aprendamos a dar en un nivel económico que no solamente satisfaga las necesidades físicas de los demás, sino que -por sobre todo- satisfaga la generosidad y la integridad de nuestro corazón.

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