Andrés Panasiuk

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Seguro estarás de acuerdo con que el mundo siempre nos presenta dilemas. Todos tenemos diferentes ideas en cuanto al mejor gobierno, las mejores diversiones, las mejores escuelas, los valores básicos de la vida…

A veces nos sentimos confundidos o dudosos en cuanto a cuáles son las mejores decisiones que tomar, ya que en todo momento estamos tomando decisiones. Conocimos a una mujer con dos preciosos hijos, que esperaba a su tercer bebé con mucha ilusión: tendría una nena. Debido a ciertos medicamentos que ella había ingerido antes de saber del embarazo, los médicos le advirtieron que su bebé probablemente habría sido perjudicado. Su recomendación era el aborto. 

Le dieron toda clase de argumentos a favor de interrumpir el embarazo de una vez. Sin embargo, los valores cristianos en los que ella creía no le permitían tal cosa. “Tú ya tienes dos hijos sanos, ¿por qué traer al mundo a otro para sufrir?”, insistieron todos. Pero ella se mantuvo firme, pidiendo a Dios que cuidara del pequeño ser que llevaba en su cuerpo.

Hasta su esposo trató de convencerla de abortar, siguiendo el consejo de los doctores, pero ella no quiso hacerlo. Cuando la bebé nació, todo el mundo estaba preocupado. Al principio, todo parecía normal, tenía buen peso, buenos pulmones, todo bien. Pasaron los meses y la niña seguía siendo preciosa, la adoración de la familia. ¡Cómo daban gracias a Dios por las convicciones de aquella madre! Sin embargo, ella siempre recalcaba que, aunque el resultado hubiera sido diferente, habría estado igualmente contenta porque habría sido fiel a sus valores cristianos y a la voluntad de Dios.

La familia nos presiona de muchas maneras, sobre todo en cuanto a tener las mismas posesiones que los demás. Los niños creen que si no alcanzan cierta marca de tenis, si su mochila no es de tal o cual estilo, si no tienen cierto corte pelo, se acaba el mundo. Una joven, en cierto momento de su vida, se preocupaba mucho por las presiones sociales de sus amigas y les pidió a sus padres que compraran una sala de terciopelo en lugar de la que ya poseían. Insistía mucho en la importancia de tener una sala de terciopelo. De lo contrario, sentiría vergüenza de su casa.

La mamá le explicó que su presupuesto no era suficiente para un lujo como ese, pero la hija seguía insistiendo. Hablaron del valor de una familia unida, del hecho de que muchas de sus compañeras de la escuela vivían en hogares con padres divorciados y sufrían terriblemente por tal situación. En su casa estaban pagando la hipoteca y sus ingresos eran limitados, pero existían muchos aspectos positivos en su situación: paz, felicidad, estabilidad, propósito y, sobre todo, la bendición de Dios. Le recordó un proverbio del sabio Salomón que dice: “La bendición del Señor trae riquezas, y nada se gana con preocuparse.” ¿Qué valía más, una sala de terciopelo o un hogar feliz y unido?

Quién sabe si aquella niña se convenció en ese momento… Hoy es madre de dos exitosos hijos adultos, tiene un matrimonio estable y es conferencista internacional. En sus presentaciones, habla de lo que realmente vale en la vida, ¡que obviamente es mucho más que una sala de terciopelo!

Cuando sientas la presión a tu alrededor para tener más y más, recuerda lo que es realmente valioso: mantenernos fieles a nuestros valores da buenos resultados. Vendrán momentos difíciles y decisiones que involucren conflictos, pero la fidelidad trae su recompensa. Espero que estos pensamientos te ayuden en tus decisiones diarias para elegir correctamente, a pesar de las presiones sociales y las modas del momento.

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