Andrés Panasiuk

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Si quieres caminar en la senda del éxito cada día, necesitas convertirte en un experto en resolver problemas. Todos los grandes hombres y mujeres del mundo han tenido, y tienen, una gran capacidad para resolver problemas de una forma exitosa y metódica. 

¿Cuál es el orden que deberíamos seguir para resolver nuestros problemas cada día? Me gustaría compartir contigo el orden de prioridades y un sistema que alguna vez aprendí y que me resultó muy efectivo al momento de confrontar los problemas que surgen en mi trabajo cada día.

Lo primero que aprendí es dividir las cosas que tengo que hacer o los problemas que debo resolver en cuatro categorías. Utiliza las siguientes cuatro categorías: 

1. Importantes y urgentes 

2. Urgentes, pero no importantes 

3. Importantes, pero no urgentes

4. Ni importantes, ni urgentes.

Esta división de mis problemas me ha ayudado a través de los años a enfocarme en las prioridades del día. Hay tantas cosas que están ocurriendo al mismo tiempo, y que me empujan en tantas direcciones distintas, que es importantísimo saber exactamente hacia dónde voy en el día si quiero terminarlo exitosamente.

En tu día de trabajo habrá algunas cosas que, por más que representen una “magnífica oportunidad” o sean tareas que otros esperan que cumplas, simplemente no las vas a hacer o las vas a transferir a otra fecha en el futuro porque no son parte de la visión o la misión de la empresa en la cual trabajas. O quizás, simplemente se clasifiquen como “ni importantes, ni urgentes”.

Hace un tiempo recibí por correo electrónico una historia que ilustra bien este punto. Dice así:

Cierto día, un orador experto en motivación daba una conferencia a un grupo de profesionales. Para dejar claro un punto, utilizó un ejemplo que los profesionales jamás han olvidado desde entonces.

Parado frente al auditorio de gente muy exitosa dijo: 

—Quisiera hacerles un pequeño examen. 

Desde abajo de la mesa sacó un jarro de vidrio de boca ancha y lo puso justo frente a él. Luego sacó una docena de rocas del tamaño de un puño y empezó a colocarlas una por una en el jarro. Cuando el jarro quedó lleno hasta el tope y no podía colocar más piedras preguntó al auditorio:

—¿Está lleno este jarro?

—¡Sí! —contestaron todos los asistentes.

Entonces, dijo: 

—¿Están seguros? Y sacó de abajo de la mesa un balde de piedras pequeñas de construcción. Echó algunas piedras en el jarro y lo movió haciendo que las piedras pequeñas se acomodaran en el espacio vacío entre las grandes. Tras hacer esto preguntó una vez más:

—¿Ahora sí está lleno el jarro?

Esta vez el auditorio ya suponía lo que vendría y uno de los asistentes dijo en voz alta:

—Probablemente no.

—Muy bien —contestó el expositor. 

Entonces sacó de abajo de la mesa un balde lleno de arena y empezó a echarla en el jarro. La arena se acomodó en el espacio entre las piedras grandes y las pequeñas. Una vez más preguntó al grupo:

—¿Quedó lleno el jarro?

Esta vez varias personas respondieron a coro:

—¡No!

Una vez más el expositor dijo:

—¡Muy bien! Y sacó una jarra llena de agua y echó agua al jarro hasta que se llenó y empezó a desbordarse. Cuando terminó, miró al auditorio y preguntó:

—¿Cuál creen que es la enseñanza de esta pequeña demostración?

Lo que esta demostración nos enseña es lo siguiente: Si no pones las piedras grandes primero, no podrás ponerlas en ningún otro momento.

¿Cuáles son las piedras grandes en tu vida?, ¿un proyecto que deseas hacer realidad?, ¿tiempo con tu familia?, ¿tu fe, tu educación o tus finanzas?, ¿alguna causa que deseas apoyar?, ¿enseñar lo que sabes a otros?

Recuerda poner las piedras grandes primero o luego no encontrarás lugar para ellas. Cuando te acuerdes de esta pequeña anécdota, pregúntate a ti mismo: ¿cuáles son las piedras grandes en mi vida? Luego, ¡corre a ponerlas primero en tu jarra!

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