Andrés Panasiuk

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“El que se muere con la mayor cantidad de juguetes, ¡gana!”, decía un cartelito pegado detrás de un automóvil. Hubiera sido mejor y más realista cambiarlo por algo como: “El que se muere con la mayor cantidad de juguetes, ¡de todas maneras se muere!”.

Este cartel nos da la bienvenida a una experiencia relativamente nueva en nuestros días: la sociedad de consumo. Como parte del proceso de la nueva economía de mercado, somos bombardeados con nuevas ideas, principios y valores que tratan de imponerse sobre nosotros. Los productores de bienes y servicios buscan que caigamos en su juego desde sus oficinas de mercadotecnia.

En 1999, Coca-Cola tenía un presupuesto publicitario de casi 2 mil millones de dólares. ¡Al final del año 2001 las ganancias netas de esa compañía alcanzaron los 15.700 millones de dólares! Estas empresas son verdaderos monstruos del mercadeo, tienen todos los recursos económicos necesarios para lanzar campañas publicitarias exitosas. La pregunta es: si las grandes empresas multinacionales gastan tanto dinero para atrapar en sus redes a los consumidores: ¿cuánto esfuerzo y dinero se invierte en contrarrestar los efectos del “lavado cerebral” que nos están hacen? Lamentablemente, ¡casi nada!

¿Qué es una sociedad de consumo? Una buena explicación se halla en un sitio de Internet llamado Gestiopólis. Dice que una sociedad de consumo es una sociedad que se ha rendido frente a los designios de la economía capitalista de mercado. Que, por tanto, sus criterios y bases culturales están regidos por las creaciones que ese mercado pone al alcance de las personas. A los consumidores se les puede influir en sus deseos a través de los anuncios publicitarios y, en algunos casos, se les puede crear necesidades con técnicas de marketing.

La sociedad de consumo no solo se refiere a los bienes, sino también a los servicios; es decir, a la manipulación de la información. Una sociedad de consumo es la que compra mucho de lo que le ofrecen para cumplir con los nuevos cánones de aceptación en su entorno. Se trata de una realidad que nos rodea cada día. Los niveles a los que ha llegado su desarrollo son verdaderamente impresionantes y los que puede alcanzar en el futuro son impredecibles.

No creemos que los bienes y servicios ofrecidos dentro de una economía de mercado son necesariamente malos. Al contrario, todos los disfrutamos y nos beneficiamos de ellos. Sin embargo, lo que sí creemos que es malo es desamparar al consumidor final, personas comunes y corrientes.

No hay comprador más peligroso que un comprador informado. La educación del consumidor es nuestra arma más potente contra la manipulación comercial de los medios de comunicación social. Seamos precavidos en medio de esta sociedad de consumo.

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